pelea de entrenamiento

Al principio parecía ser que Elian quería continuar con el combate. Pese a darle tiempo para sanar sus heridas, estaba dispuesto a seguir con la lucha hasta saber cuándo, e incluso llegó a soltar unas palabras dirigidas a, obviamente, hacer que se enfiereciera y continuara. A partes iguales le gustó aquello. Había conseguido que el hombre callado hablase con soltura y más confianza pero solo para conseguir sus fines. Le respondió secamente, sin acritud ni ofensa pero con rudeza – La vida es aprender y creo que ya he aprendido bastante por hoy. No es ser valiente, lo que quieres es ser temerario. – Despachó con un gesto de la mano, aún sin bajar la guardia del todo. Estaba claro que Elian no se contentaría con solo palabras. Solo deseaba que no se volviera a lanzar a por él con mucha intensidad. Realmente le había dado duro en ese tiempo, y él, poco dado al combate físico, estaba ya cansado y debilitado. Prefería las artes kidoh. Además sin su fiel espada las cosas tampoco eran las mismas. Seguro que se lo recriminaría luego.

Más en ese preciso momento de duelo verbal, antes de que el combate retomara su curso apareció de entre las sombras un hombre. Era el teniente de la primera división, encargado de la logística y segundo al mando tras el comandante general de la Sociedad. Alguien respetado y a la par temido. El dios del papeleo, de las órdenes directas, de la tarea sucia. Como de todos los tenientes. Y a la vez alguien de poder, capaz de pelear duramente como el que más. Así, captando su atención, la pelea murió. Más sus palabras ensalzaron a los dos hombres que allí lucharan. Al parecer se les consideraba dignos de confianza. De aptitud. De carácter. Qué demonios, de lo que fuera. Alen y Elian eran tipos con suerte, quizás. Se les acababa de ofrecer un ascenso al rango de segundo al mando, un igual o ligeramente inferior al hombre que les tendía la mano para salvar el puente de la diferencia de clases. Su oponente y ahora futuro camarada se arrodilló en un acto solemne delante del recién llegado para jurar lealtad y honor. Estaba clara su decisión.

Alen se lo pensó dos veces. No pensó en los demás sino en sí mismo. ¿Era digno? ¿Estaba preparado? ¿Era poderoso? ¿Le amargaría la vida? Una infinidad de incógnitas se arremolinaron en su cabeza. Positivas y negativas todas ellas dando vuelta en su materia gris. Ventajas y desventajas. Todo ello se reducía a cambio. Algo que conocía muy bien, de primera mano. Sobradamente. Su espíritu de zanpakutō lo tendría claro. “Tírate a la piscina” le diría sin miramientos. Aunque claro, a él le daba igual si la piscina estaba vacía. El golpe sería para él. Pero como en tantas cosas tenía razón. Experimentar. De eso iba la vida. Así que a diferencia de Elian lo realizó a su modo.

– Será para mí todo un honor ocupar ese cargo. – dijo sonriendo de nuevo, destellando sus ojos de felicidad. Se llevó el puño al pecho, similar al saludo que dos mil años antes realizaran los romanos y tantas otras tribus militarizadas posteriormente. Un leve sonido metálico resonó por la semiderruida sala cuando la piel rozó la armadura, pero pronto se vió acallado por su propia voz.  – Disculpe que no me arrodille, no es por mi culpa. – apreció mientras su mirada se posaba sobre la de Elian y empezaba a reír con una ligera carcajada de su propia broma.

El teniente de la primera división había leído en parte sus dudas mentales. Seguramente era un buen observador, siempre atento a lo que lo rodeaba. Un buen político sabía de esas cosas, seguro. Escuchó con atención sus sabias palabras, solo para al fin pensar que sonaba un tanto aburrido, cosa que no dejaría traslucir al exterior. Así espero a que finalizara el discurso, observó cómo se levantaba Elian y recogía su insignia de las manos del recién llegado, solo para quedarse mirándolo, expectante. Alen hizo lo propio. Sin vacila, solo cojeando ligeramente, se acercó y envolvió con su mano la placa que le reconocía como segundo al mando de la octava escuadra del gotei trece. – Gracias. – acotó a decir alegremente, mientras se la colgaba del brazo derecho.

Luego miró a ambos, y con el cansancio acumulándose en todo su cuerpo, a punto de caer redondo al suelo, decidió que era hora de volver a su habitación a descansar. – Señores tenientes, ha sido un placer pero con su permiso, me retiro a mis quehaceres y a ¡prepararme para lo que está por venir! – acabó sentenciando. Así, sin pensarlo mucho más como ya era habitual en él, se retiró varios pasos hacia atrás. Encaró la puerta y dio un último vistazo a los presentes. – ¡Nos vemos pronto, espero! – Finalmente salió del dojo medio destrozado, esperando que fueran otros quienes lo limpiaran, arreglaran y sobretodo, cargaran con la culpa. Él tenía mucho que pensar.